La Leyenda de Doctor Killer - Cultura General
Publicado: Vie Dic 09, 2011 9:08 am
En la calle Colombia deCatia aún resuena el mote del "Médico Asesino". Su sola mención hace que los mayores se sonrían y los más jóvenes pregunten.
Los que eran jóvenes en las décadas de 1950, 1960 y hasta 1970 se acuerdan de alguna vez haber agarrado una buena curda de esas de antología después de haber estado libando, en cualquier esquina de cualquier barrio de la ciudad, las famosas guarapitas de Ricardo Carvajal, que era su verdadero nombre.
Cuentan que el creador de esa bebida espirituosa la vendía en su propio bar, que se llamaba Canaima, denotando el origen guayanés de su dueño. Allí las preparaba y las despachaba. Atraía clientes de toda la ciudad, nunca se hizo millonario ni se preocupó por comercializar sus productos, y se llevó a la tumba el secreto de sus legendarias combinaciones alcohólicas.
Dicen que el apodo del "Médico Asesino" no se debía a la potencia de sus preparados, sino a la afición que existía anteriormente de tomar como propios los nombres de los luchadores libres que uno admiraba. Eran los tiempos en que, en la noche de los sábados, Venezolana de Televisión transmitía en vivo las peleas desde el Nuevo Circo en el espacio denominado "Catch as catch can", algo así como "agárralo como puedas".
En efecto, existe un luchador mexicano (creo que aún vive) llamado Cesáreo Anselmo Manríquez González, nacido en Chihuahua en 1920, quien tras varios apodos iniciales debutó como "el Médico Asesino" el 8 de febrero de 1952. Pocos aficionados a la lucha libre olvidan a ese luchador, considerado uno de los grandes pesos completos de México, quien tuvo una jornada estelar el 27 de abril de 1956, cuando encabezó el evento estelar de la nueva Arena México. Esa noche, se hizo acompañar del Santo para derrotar a Blue Demon y Rolando Vera. Sus llaves favoritas eran el "Castigo a las Carótidas", el "Bodyslam" y la "Full Nelson".
Como si "el Médico Asesino" nos hubiera aplicado alguno de sus famosos castigos eran los ratones producidos por las bebidas espirituosas que se expendían en el Bar Canaima, atendido por Ricardo Carvajal; pero las resacas se olvidan fácilmente cuando uno es joven y siempre reincidíamos.
Y es que, para quienes éramos estudiantes universitarios en los años setenta y decir "estudiante" siempre ha sido sinónimo de "limpio", lo más fácil era reunirnos un viernes, hacer una "vaca" y con pocos bolívares ya podíamos ir a comprar una botella de guarapita, nombre génerico para la combinación de aguardiente puro de caña, de alto octanaje alcohólico, ligado con jugos de frutas tropicales elaborados en casa con altos niveles de azúcar.
Como se ve, una combinación que sólo debía tomarse bien fría, y así la vendía Carvajal.
Los sabores favoritos eran la piñita, la parchita, la guayabita y la guanábana, entre muchos otros que Carvajal mezclaba con mano diestra. Su ingenio no sólo lo llevó a crear mezclas nuevas, sino a inventarle nombres como "Zamurito", que resultaba de la combinación de brandy, vino y ciruela. Su negocio fue tan exitoso que otros lo replicaron, como es el caso del Bar Miami en La Guaira o la bebida Dr. Killer, que llegó a comercializarse.
"Él sabía prepararlas muy bien y tenían un sabor sabrosito que hacía que a todo el mundo le gustaran", comenta Gilberto Antillano, historiador de Catia. "Había de parchita, piñita, guayabita, guanábana, entre otros. Se vendían en botellas de caña clara envueltas en papel periódico. Nunca se preocupó por ponerles etiqueta ni por comercializarlas".
Hoy en día, en lugar del Bar Canaima, lo que existe es una venta de repuestos automotores. Y no queda ningún familiar en Catia que pueda hablar de la historia del "Médico Asesino". El único vínculo que aún queda es el de Rigoberto Bonilla, quien llevó su negocio por 18 años.
"Su nombre era Ricardo Carvajal. Mi hermano y yo le compramos su negocio un año antes de morir, pero durante el gobierno de Claudio Fermín lo mandaron a cerrar. Él nunca les enseñó a sus hijos a hacerla y nosotros tampoco tuvimos la idea de patentarla. De ser así, se hubiera mantenido en el tiempo", explica Bonilla.
A despecho de su inquietante apodo, quienes conocieron a Carvajal aseguran que era un hombre alegre y emprendedor, oriundo de Upata y padre de cuatro hijos. Todavía hacer mención del "Médico Asesino" en cualquier esquina de la populosa parroquia provoca reacciones alegres e incluso nostálgicas.
"Claro, sus bebidas eran las más populares", comenta José Marcano. "Aquí venía gente de todas partes de Caracas, hasta de Petare; hay que recordar que para entonces no existía el Metro.
Aparte, eran muy baratas, así que todos lo conocían. Recuerdo que en la pared había un cartel que decía `Si tomas para olvidar, no te olvides de pagar’. Él te entregaba las botellas envueltas en periódico como una formalidad.
Su negocio era el más visitado por los universitarios. Uno hacía una vaca de 10 bolívares y con una botella de guarapita, un picó y longplays de la Fania teníamos fiesta", recuerda sonriente.
Varias generaciones de caraqueños se deleitaron con las guarapitas del "Médico Asesino", pero muy pocos recuerdan hoy el nombre de Ricardo Carvajal. Sólo saben que murió y que sus hijos no siguieron con su negocio.
Los que eran jóvenes en las décadas de 1950, 1960 y hasta 1970 se acuerdan de alguna vez haber agarrado una buena curda de esas de antología después de haber estado libando, en cualquier esquina de cualquier barrio de la ciudad, las famosas guarapitas de Ricardo Carvajal, que era su verdadero nombre.
Cuentan que el creador de esa bebida espirituosa la vendía en su propio bar, que se llamaba Canaima, denotando el origen guayanés de su dueño. Allí las preparaba y las despachaba. Atraía clientes de toda la ciudad, nunca se hizo millonario ni se preocupó por comercializar sus productos, y se llevó a la tumba el secreto de sus legendarias combinaciones alcohólicas.
Dicen que el apodo del "Médico Asesino" no se debía a la potencia de sus preparados, sino a la afición que existía anteriormente de tomar como propios los nombres de los luchadores libres que uno admiraba. Eran los tiempos en que, en la noche de los sábados, Venezolana de Televisión transmitía en vivo las peleas desde el Nuevo Circo en el espacio denominado "Catch as catch can", algo así como "agárralo como puedas".
En efecto, existe un luchador mexicano (creo que aún vive) llamado Cesáreo Anselmo Manríquez González, nacido en Chihuahua en 1920, quien tras varios apodos iniciales debutó como "el Médico Asesino" el 8 de febrero de 1952. Pocos aficionados a la lucha libre olvidan a ese luchador, considerado uno de los grandes pesos completos de México, quien tuvo una jornada estelar el 27 de abril de 1956, cuando encabezó el evento estelar de la nueva Arena México. Esa noche, se hizo acompañar del Santo para derrotar a Blue Demon y Rolando Vera. Sus llaves favoritas eran el "Castigo a las Carótidas", el "Bodyslam" y la "Full Nelson".
Como si "el Médico Asesino" nos hubiera aplicado alguno de sus famosos castigos eran los ratones producidos por las bebidas espirituosas que se expendían en el Bar Canaima, atendido por Ricardo Carvajal; pero las resacas se olvidan fácilmente cuando uno es joven y siempre reincidíamos.
Y es que, para quienes éramos estudiantes universitarios en los años setenta y decir "estudiante" siempre ha sido sinónimo de "limpio", lo más fácil era reunirnos un viernes, hacer una "vaca" y con pocos bolívares ya podíamos ir a comprar una botella de guarapita, nombre génerico para la combinación de aguardiente puro de caña, de alto octanaje alcohólico, ligado con jugos de frutas tropicales elaborados en casa con altos niveles de azúcar.
Como se ve, una combinación que sólo debía tomarse bien fría, y así la vendía Carvajal.
Los sabores favoritos eran la piñita, la parchita, la guayabita y la guanábana, entre muchos otros que Carvajal mezclaba con mano diestra. Su ingenio no sólo lo llevó a crear mezclas nuevas, sino a inventarle nombres como "Zamurito", que resultaba de la combinación de brandy, vino y ciruela. Su negocio fue tan exitoso que otros lo replicaron, como es el caso del Bar Miami en La Guaira o la bebida Dr. Killer, que llegó a comercializarse.
"Él sabía prepararlas muy bien y tenían un sabor sabrosito que hacía que a todo el mundo le gustaran", comenta Gilberto Antillano, historiador de Catia. "Había de parchita, piñita, guayabita, guanábana, entre otros. Se vendían en botellas de caña clara envueltas en papel periódico. Nunca se preocupó por ponerles etiqueta ni por comercializarlas".
Hoy en día, en lugar del Bar Canaima, lo que existe es una venta de repuestos automotores. Y no queda ningún familiar en Catia que pueda hablar de la historia del "Médico Asesino". El único vínculo que aún queda es el de Rigoberto Bonilla, quien llevó su negocio por 18 años.
"Su nombre era Ricardo Carvajal. Mi hermano y yo le compramos su negocio un año antes de morir, pero durante el gobierno de Claudio Fermín lo mandaron a cerrar. Él nunca les enseñó a sus hijos a hacerla y nosotros tampoco tuvimos la idea de patentarla. De ser así, se hubiera mantenido en el tiempo", explica Bonilla.
A despecho de su inquietante apodo, quienes conocieron a Carvajal aseguran que era un hombre alegre y emprendedor, oriundo de Upata y padre de cuatro hijos. Todavía hacer mención del "Médico Asesino" en cualquier esquina de la populosa parroquia provoca reacciones alegres e incluso nostálgicas.
"Claro, sus bebidas eran las más populares", comenta José Marcano. "Aquí venía gente de todas partes de Caracas, hasta de Petare; hay que recordar que para entonces no existía el Metro.
Aparte, eran muy baratas, así que todos lo conocían. Recuerdo que en la pared había un cartel que decía `Si tomas para olvidar, no te olvides de pagar’. Él te entregaba las botellas envueltas en periódico como una formalidad.
Su negocio era el más visitado por los universitarios. Uno hacía una vaca de 10 bolívares y con una botella de guarapita, un picó y longplays de la Fania teníamos fiesta", recuerda sonriente.
Varias generaciones de caraqueños se deleitaron con las guarapitas del "Médico Asesino", pero muy pocos recuerdan hoy el nombre de Ricardo Carvajal. Sólo saben que murió y que sus hijos no siguieron con su negocio.